lunes, 12 de marzo de 2012

TE INVITO A TERMINAR UN CUENTO ....UN CUENTO TE PROMETÍ

UN CUENTO TE PROMETÍ

Autor: José Alberto Díaz-Estébanez León

 

Te invito a participar a que termines el cuento

Para participar:
 
 -  No debe excederse mas de dos  párrafos

-   Se escojerá el mejor final.

Para el ganador a juicio de este blog, se le premiará con un Poema personalizado  con el motivo que desee.

Favor dejar su correo electronico y su nombre en su aporte, sus datos serán tratados con confidicalidad o si lo prefieres enviarme un correo: beapoesia@gmail.com

Gracias por participar


UN CUENTO TE PROMETÍ


Un cuento te prometí, y lo prometido es deuda. Un puñado de palabras, apretadas y en su orden caótico, para entresacar una historia como quien escarba en la mina buscando una diminuta pepita de oro que colme sus sueños. Quisiera ser breve pero intenso, lúcido pero no obvio, capaz de hacer reír, llorar, temer, sufrir o amar, y sin duda soñar. Pero no me siento capaz de tanto, así que recurro a tu complicidad para que me ayudes a completar este cuento, que aún no sé cómo empezar, para que dibujes conmigo tu propio final.

Nada tan clásico como un castillo y su princesa. Quizá no un castillo enorme y principesco, con foso, puentes levadizos, altas almenas y caballeros de lustrosas armaduras. Y quizá no una princesa de serena belleza y dorados cabellos trenzados que sufra el desdén de una pérfida madrastra o de un rey, padre y señor que pretenda casarla con un indeseado galán que aporte fortuna en lugar de amor.

No. Será una niña cualquiera, y como cualquier niña será la princesa del castillo de su casa. Una niña cuya imaginación sin límites le permite volar tan alto como el sol alcanza, viajar tan lejos como el mundo existe, o sumergirse tan profundamente como el mar abarca. En realidad la niña, sin tenerlo todo, era capaz de construir su propio mundo, convirtiendo cada cosa, cada hecho, cada nuevo amanecer, en objeto moldeable a su fantasía, como lo es el barro en manos del hábil alfarero para hacer una vulgar vasija o la más hermosa escultura.

Y nuestra hermosa princesa se había empeñado en uno más de sus objetos imposibles. Quería alcanzar una estrella del azul intenso del cielo que se asomaba cada noche a su ventana porque ese sería el mayor tesoro que iluminase su alma. Tal era su empeño en esa gran aventura que cuando las luces se apagaban en toda la casa y el sueño vencía a todos los ojos, abría esa frontera entre su castillo y el mundo que era su ventana y estiraba su brazo hasta la punta de los dedos en dirección a la más brillante estrella que fuese capaz de divisar en el firmamento.

A veces casi podía sentir en esos deditos el calor tibio que desprende el rutilante brillo de la estrella. Y sólo con eso se sentía más cerca de su particular meta y se retiraba cansada pero satisfecha al dulce refugio entre sus sábanas. ¿Qué tiene de malo desear lo imposible, si ello, lejos de frustrar tus sueños, te hace disfrutar del intento como un logro en sí mismo? Ante una mirada externa y ajena, aquello no sería más que una locura o una torpe y pueril fantasía, pero basta en realidad acercarse con la inteligencia del corazón para darse cuenta que esa pequeña niña había logrado el milagro de ser feliz en el mismo deseo, sin necesidad de cumplirlo.

Pero un cuento es un cuento, y el milagro se obró en la magia de la noche. Y casi vencida de nuevo por el sueño y reconfortada con el cosquilleo rozando la yema de sus dedos, de pronto sintió cómo el tacto tibio de la estrella en todo su esplendor se acoplaba a su manecita, abarcando su inmensidad en un puñado. ¡Allí estaba! ¡allí la tenía! La estrella se había rendido a sus deseos, descendiendo del cielo para acunarse en su palma. Lágrimas de felicidad descendieron por sus mejillas con la sensación de poseer la más completa belleza que pueda colmar el corazón humano.

Guardó con mimo su pequeño inmenso tesoro en un cofrecillo de juguete. Ni la más preciada joya, espléndido diamante o gigantesco rubí podría compararse siquiera a la sombra de su singular fortuna. Y cada noche, a partir de aquella, no se asomaba ya a la vieja ventana para contemplar el profundo cielo azul oscuro, sino que abría su cofre para que esa visión inundase cada sentido de su pequeño cuerpo. Nada había en el universo mundo que pudiera hacer sentir lo que ella sentía, lo que ella vivía, lo que ella tenía.

Pero la felicidad no puede ser completa y eterna al mismo tiempo. Al menos no en este mundo, ni siquiera en los cuentos. Y nuestra pequeña princesa empezó a comprobar que cada noche, cuando acudía secretamente a la cita con su tesoro de felicidad, el fulgor de su estrella disminuía un poco, de manera apenas imperceptible. Era como si el cautiverio, cariñoso y enamorado, pero cautiverio al fin a que se había sometido, desgastase lenta pero inexorablemente el brillo cálido de su mágico interior.

Duraría días, meses, incluso años, sin duda, proporcionando a su dueña la feliz sensación de colmar todos sus deseos. Pero algo le decía a la niña que, aunque pudiese estar con ella toda su vida, tarde o temprano, su luz se apagaría y la estrella encontraría su final: el de una piedra más, oscura, seca y fría, no más valiosa que un canto rodado por el que pasa sin dejar huella el agua de un río.

Y sabía, por tanto, que debería elegir. Podía conservar para siempre su tesoro –sí, suyo, porque ella lo poseía por completo- para que cada vez que abriese el cofre escondido bajo su almohada le proporcionase las más hermosas e indescriptibles sensaciones que puede vivir el cuerpo y el alma de cualquier ser humano. O podía devolver la estrella al firmamento del que había bajado, a su plena libertad, lejana e inalcanzable, en la que solamente podría contemplarla con añoranza y deseo, sin llegar a tocarla, a sentirla, a poseerla y, por lo tanto, a colmarla.

¿Sería demasiado egoísta tenerla para sí misma? Al fin y al cabo, era sólo suya, sabía que nada podría hacerla tan feliz en toda su vida y nadie la echaría de menos… ¡había tantas! Por otra parte, ¿podría soportar la carga de saber que, con cada día y cada noche en su pequeño cofre, la estrella de su felicidad iría perdiendo calor y color, brillo y vigor, hasta quién sabe cuándo –quizá nunca- llegase su extinción?

Tan difícil dilema para una niña, como para el autor de un cuento. Así que, en mi cobardía de dibujar un final, es cuando recurro a la complicidad de tu lectura para que seas tú, en el papel de princesa, quien tome la decisión y dibujes tu final. Será tu historia, tu castillo, tu estrella, tu cofre… serás tú quien decida conservar tu tesoro o depositarla con lágrimas en los ojos, en el firmamento de tu noche.

3 comentarios:

  1. Hola Bea, qué lindo está aquí todo, muy interesante... ya veré qué se me ocurre con tu cuento, lo dejaré en mi facebook y tú decides, o hay que enviarlo por correo?...

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  2. Nuestra amiga Sandra me ha mandado este por correo a ver que les parece espero que les guste

    Pero un cuento es un cuento, y la niña quiso que el milagro se obrara una vez más en la magia de la noche.
    La niña pensó que podría explicarle a la estrella de sus deseos el difícil dilema en el que estaba.
    Y abriendo su cofrecillo, en el que celosamente guardaba su hermosa y luminosa estrella, le expuso sin rodeos la pregunta que tan difícil le resultaba responder:
    -Estrellita, ¿crees que si te dejo ir al firmamento del que has bajado, perderé la ilusión y el deseo por conseguir otro nuevo sueño? o de lo contrario, ¿crees que sería muy egoísta por dejarte guardada en este cofrecillo de juguete, para poder contemplarte y seguir manteniendo este tesoro que eres para mí?
    Se sobresaltó al oír aquella vocecilla que salía del cofre. Por supuesto, no se lo esperaba y muy atenta escuchó:
    -Niña de mi vida, los días que ves que mi luz disminuye, no es más que el producto de tus deseos e ilusión. Hay días en que pierdes la magia...la pasión por contemplarme, e incluso, crees que mi resplandor y mi vida van menguando. Si tú sigues deseando que esté en tu vida, y sigues dedicándome la misma ilusión, permaneceré siempre brillante como el primer día. Cuando bajé del firmamento, matríz que me albergaba, para formar parte de tu vida, es porque sabía que gracias a tu ilusión y deseo, viviría eternamente. De eso se trata el AMOR. De ser capaces de albergar, día tras día, la misma ilusión y la misma satisfacción por conseguir mantener lo que deseamos. Ah! (y la estrella dibujó una hermosa sonrisa en su faz) No te sientas egoísta jamás, por querer mantener lo que amas a tu lado, todo lo contrario, lucha por conseguirlo y no permitas que jamás, nada ni nadie, te arrebate esa ilusión que nace de tu corazón.
    La niña no tuvo que decidir qué hacer con la estrellita de sus sueños. Se dió cuenta, que no hacía falta plantearse dilemas, en cuestiones de amor.
    A partir de entonces, cuando la niña, la princesa de nuestro cuento, dejó de ser niña y se convirtió en mujer, la estrella siguió guareciéndose en su corazón, en su "cofrecillo", y siempre la guiaría en la vida para que todas sus vivencias las disfrutará con la misma ilusión, el mismo sentimiento y el mismo deseo con la que vivía, tiempo atrás, siendo niña.

    FIN
    SandraF

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  3. El tiempo fue pasando sin que la niña se diera cuenta, tan ensimismada en sus fantasías, en esa dura elección de conservar la estrella en su cofrecito o dejarla allí, su hogar, el firmamento. Fue tan brusco su despertar, tan lógica la realidad ¡NO SE PUEDE ATRAPAR UNA ESTRELLA! que la niña, siendo ya mujer, dejó de soñar para vivir el mundo real donde cada cosa...en su lugar...
    Dice Shakespeare que la vida es sueño pero no...la vida se construye con sueños...
    FIN

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